¿Quién no ha oído esta frase de
un padre o una madre?.
La felicidad es un estado de
ánimo, la alegría, el placer corporal y espiritual, sentirse bien en
definitiva.
Los entrenadores deseamos ver a nuestras
jugadoras felices, contentas mientras entrenan y aprenden, mientras juegan y
compiten. Pero el término felicidad es difícil que sea constante, igual que no
podríamos vivir en un constante enamoramiento, tampoco podemos vivir en una
felicidad permanente. Siempre hay algo que nos recuerda que la realidad no es
esa, aunque perseguimos evidentemente llenar nuestro mundo del máximo de esos
momentos
Cuando entreno, cuando ejerzo la
profesión de entrenar, me siento realizado, y eso me conlleva a momentos
concretos de felicidad. Pero es obvio que para tener esos momentos, hay que
sortear muchos obstáculos, y sacrificar otros espacios emocionales o físicos
que también me ofrecen instantes extraordinarios.
Cuando una jugadora se encuentra
“piedras” en el camino en el transcurso de su trayectoria como jugadora, es
evidente que influyen muchos factores externos de cómo va a ser capaz de sortear
este obstáculo.
Muchos padres en su afán de que
la niña no sufra, y no experimente momentos de tristeza, se apresuran en
apartar esa piedra, para que pueda seguir fluyendo en ese estado de ánimo, como
queriendo alargar esos momentos de placer. Todos los que somos padres hemos
apartado alguna piedra del camino, aún siendo consciente de que no les estamos
haciendo un favor. Pero eso también nos
ahorra a nosotros sufrir cuando vemos a nuestra hija en un estado de tristeza o
de preocupación. Ese es el verdadero motivo cuando apartamos las piedras. No
podemos soportar ver a nuestros hijos sufrir…”y menos por el baloncesto” (otra
gran frase).
Las jugadoras en todas sus
facetas personales y en su formación
deportiva, han de saber buscar esas estrategias para sortear esas dificultades.
A unas les cuesta mas que a otras, porque influyen situaciones personales,
emocionales, familiares, etc.…
Los padres han de ser capaces de
dejar que sus hijas encuentren la forma de superar esos momentos de
dificultad, de inseguridad, y que ellas
vean como ante un obstáculo pueden seguir avanzando, aunque eso conlleve alguna
caída, alguna herida que a veces es inevitable.
Que estén en un equipo de
baloncesto, les entrena para la vida,
que tengan un entrenador que les ponga dificultades exigiendo la excelencia,
buscando sus limites para superarlos, es positivo para su formación.
Que una jugadora llore ante una
situación, que se enfade, que se preocupe, que se entristezca es saludable.
Cada una expresa la frustración de una forma determinada. Nosotros hemos de
estar a su lado para ayudarla en ese proceso formativo y tan complejo, y
hacerle entender hay inviernos antes que primaveras.
Los que tenemos años detrás
entrenando, tenemos la experiencia de encontrarnos con jugadoras que “han
sufrido” en los entrenamientos, buscando esos limites personales, y cuando las
veo al cabo de un tiempo, agradecen este transito tortuoso a veces, pero con grandes momentos de
satisfacción personal de superar individualmente y como equipo esas situaciones,
que después les han ayudado a afrontar aspectos profesionales con mayor
seguridad en si mismas.
No hay buenos entrenadores que
sean amigos de las jugadoras. Hay buenos entrenadores cuando anticipan las
dificultades y ya saben que reacciones van a tener las jugadoras, ante su
propuesta formativa.
He querido, quiero y querré siempre a los jugadores y jugadoras que he
entrenado, aún sabiendo que ellas me han odiado en algún momento en el parquet,
en el vestuario o en el banquillo. Lo realmente importante es que la mayoría te
reconozcan como alguien que les ayudo en el proceso formativo personal y
profesional.
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